Con la ayuda del santo Carlos


La brisa fresca se lleva consigo, poco a poco, cada distracción y de repente el tiempo parece congelarse; el oleaje sereno marca el ritmo y al compás de esta melodía natural vuelvo a repasar las últimas escenas de lo que sería la película de mi vida. Jugando al editor avanzo, atraso o me detengo para volver a ver y sentir los pequeños detalles.
Vuelvo a llenar los pulmones con el aire frío que baja en forma directa, y veloz, hacia mi. La mente sigue volando y los recuerdos circulan como arrastrados por el aire en mi interior, algunos parecen hechos de algodón y otros de papel de lija, pero todos me recorren.
Cuando recupero la noción de espacio no sé exactamente cuanto tiempo pasó, sólo tengo frío y mil recuerdos separados recorriendo mi interior. El calor de un abrazo y charla con amigos es suficiente para que se pase el frío y que todas las islas de sensaciones se vuelvan a fundir en una sola, para formar un todo, mi existencia. Porque sin esos regalos de la vida que son los mates, cafés o cervezas con amigos no somos más que fragmentos inconexos.

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